Los jardines son espacios de diálogo entre la Sociedad y la Naturaleza, laboratorios donde se vinculan las propiedades y potencialidades de las plantas con las necesidades y deseos de los seres humanos. Este proceso se ha dado en el Real Alcázar de Sevilla a lo largo de más de mil años de historia.
Nuestra aspiración es celebrar y fomenta dichas alianzas mediante el desarrollo de herramientas y visualizaciones que las pongan en valor. Para ello, el Atlas de los Jardines del Real Alcázar permite conocer su historia y singularidad a través de la localización e identificación botánica de las plantas que lo conforman.
Esta propuesta, no solo procura revelar las propiedades aisladas de las diferentes especies, sino también los efectos que sus asociaciones generan de manera emergente sobre el cuerpo, el ambiente o la cultura con la cual se relacionan.
Apenas existen cartografías botánicas exhaustivas de los jardines del Real Alcázar. Esta circunstancia no deja de ser una paradoja pues, durante mucho tiempo, el Alcázar fue un referente de producción cartográfica a escala global. Punto de encuentro de geógrafos, aventureros y exploradores, su cometido no solo era dar cuenta de los lugares, sino también de los recursos y especies naturales que lo habitaban. Un linaje que comenzó en Sevilla hace más de cinco siglos con los viajes de Hernando Colón a las Américas y que se fue enriqueciendo con las aportaciones de Fernández de Oviedo, José de Acosta o Francisco Hernández entre otros.
El Alcázar fue un lugar para el desvelamiento de otros lugares. El espacio donde emergía la cartografía de un nuevo mundo compilada fragmento a fragmento, viaje a viaje, y cuyo objetivo último era revelar lo que, hasta entonces, era una Terra Incognita.
Sin embargo, ahora es el Alcázar mismo el que se transforma en una Terra Incognita, en este caso, paisajística. La cuestión es ¿desde qué perspectiva se puede afirmar que los jardines del Alcázar son ignotos?, ¿acaso no conocemos las especies que lo conforman?, ¿acaso no sabemos minuciosamente casi todo lo concerniente a cada una de ellas? Evidentemente sí pero, como afirma Jordi Solé, la mirada de la ciencia está ampliando su horizonte más allá del análisis de lo aislado y fragmentario —por ejemplo, las especies y sus diferencias—, para observar también el sistema que las vincula. Sistemas formados por la interacción de múltiples elementos —como son la sociedad, el cerebro, un ecosistema, o por qué no, un jardín como el que nos ocupa- estructuras difíciles de comprender a simple vista y que necesitan de nuevas cartografías capaces de desvelar su comportamiento emergente.
Teniendo en cuenta estas apreciaciones, y retomando las preguntas anteriormente formuladas, tenemos que reconocer que, efectivamente, sabemos cuáles son las especies que constituyen los jardines y también sus cualidades, así como los comportamientos aislados de cada una. Pero en otro orden de cosas, poco sabemos sobre su localización, sobre los patrones de asociaciones entre ellas, sobre los efectos emergentes que provocan al trabajar en conjunto, o de si existe alguna relación entre estas cualidades y nuestras preferencias por tal o cual lugar en el jardín a lo largo del tiempo.
Estas son, por tanto, algunas de las cuestiones que una adecuada cartografía de los jardines nos ayudará a responder. Por ello, hemos utilizado un Sistema de Información Geográfica (S.I.G) como soporte. Una plataforma que permite, en definitiva, vincular y superponer datos asociados a la localización de cada ejemplar (tomados in situ), con datos genéricos asociados a las especies (suministrados por el inventario botánico), vinculando así información alfanumérica con información georreferenciada.
Tal proceso ha desembocado, en esta primera tentativa, en la identificación y localización de 21.000 ejemplares botánicos. Una cartografía que, sin embargo, solo es la punta del iceberg, puesto que bajo ella una masa informe con más de un millón de datos espera ser procesada, combinada e interrogada, con el fin de mostrar no solo nombres y localizaciones, sino también comportamientos, efectos, y asociaciones antes veladas.
No solo se regocija este proyecto, por tanto, en la descripción fragmentaria de cada especie o en la localización minuciosa de cada ejemplar, sino que también persigue comprender la arquitectura del jardín a partir de la combinación y el comportamiento de los diferentes elementos botánicos que lo conforman.
Atendiendo a esta aspiración, el proyecto se orienta, en la segunda fase, a la creación de un atlas alternativo formado por una compilación cartografías que, partiendo de los datos recolectados, visualicen y pongan en valor las múltiples dimensiones que estos jardines atesoran. Nos referimos, entre otras, a la dimensión histórica, planetaria, topográfica, aromática, cromática, comestible, sanitaria, climática, atmosférica o asociativa que poseen y generan los recursos botánicos de los jardines. Multitud de cualidades estas que, latentemente esperan ser cartografiadas para mostrar la escala e importancia de sus efectos, no solo sobre la conciencia, sino también sobre el cuerpo, la cultura y el ambiente que los rodea.
Este Atlas, compilación de cartografías encaminadas a poner en valor las diferentes dimensiones que los jardines atesoran, no pretende agotar las representaciones de los mismos, sino hacerlas proliferar, esbozando su diversidad poliédrica, desvelando —o como diría Deleuze, actualizando— los diferentes jardines potenciales que latentemente perviven en el Real Alcázar y que se relacionan, como ya hemos subrayado, con el cuerpo del visitante, con la cultura que lo acoge o con el ambiente que lo envuelve.
A continuación se muestran una colección de mapas o aproximaciones que, en definitiva, no pretenden agotar la representación de los jardines, sino hacerlas proliferar, esbozando la diversidad poliédrica que estos atesoran. Con ella les dejamos, con el deseo de que sean observadas por su potencialidad, y no solo por los resultados arrojados en estas primeras tentativas.